Qué ganas tenía la hinchada doriana de volver a la máxima categoría. Y, para qué negarlo, qué ganas teníamos de que regresaran. Porque la Samp no es un equipo cualquiera. La Samp, la misma que comparte con sus enemigos íntimos del Genoa el mejor estadio al sur del Canal de la Mancha, la misma que habría conquistado Europa de no haberse cruzado en su camino un impertinente primo lejano de Tintín, la misma que tiene, objetivamente hablando, la camiseta más bonita del mundo, esa Samp es patrimonio de la Humanidad, y debería estar prohibido que jugara en la B. Sobre todo porque si está en la B nos quedamos sin el derby della Lanterna. En comparación, un Boca-River es poco más que solteros contra casados.
Le fue sorprendentemente bien el arranque en San Siro, pero para la vuelta a casa le esperaba un rival correoso. El Siena es el típico equipo consciente de sus limitaciones, con un tipo talentoso como D'Agostino que si tiene el día te la lía, con un portero apañadito, y con otros nueve trotones que se complican la vida lo mínimo imprescindible. Saben que para conseguir un resultado positivo tienen que dejarse los cuernos, saben que, si no lo hacen, Serse Cosmi se despojará de su elegante tocado y se liará a gorrazos, así que no escatiman esfuerzos.
Los blucerchiati empezaron fuertes, con ganas de agradar al personal que tan fielmente les había seguido en su travesía en el desierto, y con ánimo de demostrar que la campanada del otro día no fue fruto de la casualidad. Éder estaba muy luchador arriba, Perico Obiang demostraba que la idea de dejarle ir de la cantera del Atleti fue una más de tantas giladas que sufren los rojiblancos, Estigarribia tenía al pobre Felipe mareado, Maresca daba muestras (contadas) de su calidad. La Samp, aun sin ganar, tenía el partido controlado. Sólo había uno que no se dignaba aparecer: Maxi López.
Porque Maxi es un grande, y los grandes van y vienen cuando les da la gana, sin dar explicaciones. Salvando las distancias, es similar a Ronaldo en su época de galáctico: estaría gordo, se pasaría el partido entero rascándose la barriga, pero en un momento se ponía a correr y no había quien le parara. Por eso, nadie puede reprocharle a Maxi que durante 43 minutos deambulara cual fantasma. Porque en el 44 le cayó cerca un balón y, sin pensárselo, soltó un zurdazo raso, ajustado al palo derecho, al que Pegolo no podía llegar. Y ya está, primer tiempo resuelto.
El problema para Ferrara es que sus chicos se creyeron que, efectivamente, estaba ya resuelto el tema, y empezaron el segundo tiempo replegados en su campo. Iba a escribir "encerrados en su área", pero he tenido que borrarlo ante la evidente exageración, que el rival no deja de ser blanquinegro de la Toscana. Sergio Romero no llegó a sentir miedo, aunque sí cierta inquietud ante los cada vez más frecuentes acercamientos del Siena. La Samp se desperezaba en contadísimas ocasiones, y cuando lo hacía el protagonista, cómo no, era Maxi. A él, en su segundo balón tocado, le hicieron la falta en la frontal del área que Éder pateó directa al palo, tras tocar en la barrera.
Por exceso o por defecto, a ninguno de los entrenadores les convencía el resultado, así que decidieron mover el banquillo. Le salió mejor a Cosmi tocar la delantera, ya que consiguió forzar un penalti (bastante claro) sobre Calaiò. El mismo atacante se encargó del lanzamiento, a la izquierda del portero, a media altura, fortísimo. Tan fuerte que el rebote en el palo se fue casi a la frontal del área, directo a los pies de Vergassola, que estuvo listo y firmó la igualada.
Bien merecido se tenía el empate la rácana Sampdoria que comenzó la segunda mitad. Para alegría de la parroquia genovesa, el gol encendió los ánimos de su equipo, que se vino arriba y encontró el gol con relativa facilidad: un córner se fue lejísimos, Obiang fue el único con ganas de ir a por la pelota, desbordó por la izquierda y su centro encontró la cabeza de Gastaldello, que enmendó su error al cometer el penalti con un remate certero al fondo de la red.
Tan negras como las rayas de su camiseta se le ponían las cosas al Siena, que además se vio obligado a prescindir del exhausto D'Agostino, su principal referencia ofensiva, e incluso a jugar durante algunos minutos con 10 por el encontronazo fortuito que casi deja tuerto a Valiani. La Sampdoria, además, se había crecido. Incluso Maxi participaba en la creación de juego y en la presión. Cómo no, el rubio volvió a ser decisivo: forzó una falta, innecesaria pero clarísima, de Felipe que le costó la segunda amarilla, así como otro golpe franco en la frontal, justo antes de ser sustituido, que Maresca mandó al larguero. Es desconcertante este futbolista: parece que hace poco, pero luego si se analiza su partido siempre está ahí en los momentos clave. La grada de Marassi también lo apreció así y le brindó la mayor ovación de la noche cuando Ferrara le quitó del campo.
El equipo visitante apretó hasta el último momento. Reclamó un penalti por mano (que no pareció) y estuvo atacando con balones colgados que no supusieron gran problema para Romero. El esfuerzo, elogiable, fue inútil. Es una pena por la cara de rabia de Cosmi cuando Rocchi pitó el final, pero el Siena no es quién para arruinarle a la Samp la fiesta del regreso. Pintan bien las cosas en Liguria, con dos victorias en otros tantos partidos de liga, que le colocarían líder de no ser por las sanciones. Los toscanos, por su parte, sólo han logrado rascar un empate en lo que va de temporada, lo que le deja colista con -5 puntos (el escándalo de las apuestas hizo estragos). Con 108 puntos aún en juego, es demasiado pronto para hacer cábalas, pero las sensaciones de los dos primeros partidos suelen indicar cómo transcurrirá el resto del año. Y según estas sensaciones, en Génova se van a divertir...
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